EL QUE INVITA, PAGA

El que invita arte

En estos días varias personas me han pedido repetir esta historia sobre una experiencia que viví hace algunos años. Aquí la comparto de nuevo, pero con algunas sugerencias y normas de etiqueta de utilidad para casos como éste:

Me invitaron, compartí, llegó la cuenta y pagué yo. Caí en la trampa, lo admito. Fui víctima de la mayor descortesía.

Nunca voy a olvidar esa invitación de la que aún me pregunto, ¿por qué pagué yo?

Una pareja de profesionales, dama y caballero, me invitó a una reunión en un restaurante de mucho prestigio aquí en la capital, con la intención de presentarme una propuesta de sus servicios. La convocatoria fue para el mediodía, una hora complicada por el tráfico y otros compromisos laborales, pero ante la insistencia de ambos acepté.

Llegué puntual a la cita e inmediatamente comencé a escucharlos. Luego de 30 minutos sin un brindis, la ansiedad por comer me distraía y decidí pedir un té frío. Pregunté a “mis compañeros” si iban a tomar algo y optaron también por un té cada uno. Hasta ese momento pensé que esperaban a que la “invitada” (yo) tomara la iniciativa con el brindis.

Con buen dominio del tema continuaron su retahíla de palabras técnicas: “call to action, imagen corporativa, estrategias, posicionamiento de la marca, contenidos analíticos, bla, bla, bla…”. Mientras, el apetito iba en aumento, sobre todo a sabiendas de que me esperaba una jornada larga de trabajo a mi regreso a la oficina.

Al cabo de hora y media, concluida la presentación en sus iPads, el caballero pidió disculpas para marcharse y dejó a cargo de su compañera “las preguntas y respuestas”. Para ese entonces, toda esperanza de honrar mi hora de almuerzo había desaparecido. La otra persona no paraba de hablarme, pero mi asombro e inconformidad eran mayores que cualquier entendimiento o concentración. Para volver en , necesité algo dulce, pedí un cappuccino, ella me secundó.Cappuccinos

Luego del café esperé con prudencia el término de este evento. De veras,no sé cómo a esas alturas mantenía la prudencia o los buenos modales.

El final no llegaba y la “sobremesa” se extendía. Pasaron treinta minutos y la “anfitriona” no pedía la cuenta. No valieron mis indirectas. Hasta que la pedí yo. Ella no se interesó en ver la factura y mucho menos en conocer el monto. Nos despedimos.

Sobra decir el mal sabor que dejó este asunto en mí. Fui víctima de una falta a toda norma básica de etiqueta, a pesar de yo vivir en un constante apego a ellas.

Aún me pregunto:

  • ¿Cómo un caballero, además empresario, se marcha sin antes pagar la cuenta aunque sea la de su propio té?
  • ¿Cómo no coordinó –tras bastidores- el pago de la cuenta con su socia?
  • ¿Por qué la invitación a un restaurante si no se pensaba brindar? Peor aún a la hora de almuerzo.
  • ¿Cómo vienen a hablar de imagen corporativa cuando no cuidan la suya?

Admito que el contenido de la propuesta fue muy completa y profesional, pero el trato un desastre y un atentado a las buenas maneras.

En los talleres de etiqueta corporativa que imparto a ejecutivos, insisto en que la imagen se debe cuidar las 24 horas, los siete días de la semana.

Toda acción de un profesional es parte de un “combo” que habla por él: su talento, su conocimiento técnico, su manejo de situaciones, su trato con la gente, su cortesía y sus modales.

Es bien sabido el caso de personas que se dirigen al baño o salen huyendo del lugar, para evitar pagar la cuenta. Otras, se hacen las desentendidas y no aportan ni para el pago de la propina. Nada se presta más para conocer a una persona, que la hora de pagar la cuenta.

Pero existe una norma general que dice que QUIEN INVITA, PAGA. Al menos la primera vez, luego se negocia y se corresponde.

Como también existen otras reglas que no se deben incumplir:

  • Quien invita debe hacerlo saber de antemano al invitado y encargarse de todos los trámites. Además, debe elegir el lugar de acuerdo a su presupuesto para no sufrir en caso de que el invitado se exceda al ordenar.
  • Si se trata de negocios y el anfitrión no puede sufragar un brindis en un restaurante, es válido convocar la reunión en su oficina. Aún en este lugar debe brindar agua o café.
  • Al recibir la cuenta, el anfitrión debe evitar que cualquier invitado vea el total a pagar.
  • Cuando colegas de trabajo salen a comer, sea hombre o mujer, cada cual paga su cuenta.
  • Si se trata de una cuenta compartida entre amigos y por alguna razón alguien tiene que abandonar el restaurante antes que los demás, es preciso que esa persona deje el monto de su consumo y propina con otro comensal, para que pague por ella. En mesas muy grandes resulta muy práctico abrir varias cuentas separadas.

Entre amigos es comprensible atravesar alguna situación económica difícil, pero se debe ser prudente para no ganarse la fama de “tacaño” o “miserable”. Detalles así pueden terminar con una amistad para siempre.

En el ámbito profesional, gran parte del éxito del negocio depende saber comportarse en toda circunstancia, incluida una reunión de trabajo en un restaurante. En otras palabras, “buenos modales, buenos negocios” como se titula el libro de Edith Cortelezzi, argentina experta en ceremonial y protocolo.

En ambos casos, un individuo de “pago rápido” cuando llega la cuenta, se proyecta como espléndido, generoso, educado y con clase.

En definitiva, saber ser y saber estar es un arte, la buena noticia es que puede aprenderse. Así que, la próxima vez señor empresario no arruine un negocio y su imagen por no pagar la cuenta, mucho menos si se trata de ¡tres tés fríos y dos cappuccinos!

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